top of page
Buscar
Foto del escritorLeopoldo Silberman

Celos del aire

Personas más condescendientes llegan a tragarse el cuento de que el balcón corrido de la enorme casa de don José de la Borda -que daba la vuelta a la cuadra- fue construido para que éste caminara y caminara y, con ello, aminorara una dolencia estomacal que le aquejaba desde hacía tiempo. Yo, no me la creo.

No es que no me parezca factible el pensar que este archimillonario personaje se diera el lujo de ser extravagante en cuanto a la forma en que despejaba su estómago de flatulencias; por el contrario, me parece una teoría más aceptable aquella que lo muestra como un celoso patológico que no dejaba salir a su mujer ni a la esquina.

Imagine el lector a don José observando desde las alturas esas calles fangosas de la capital de la Nueva España, ese pausado andar de bestias arriadas en camino a la Antigua Aduana, ese trajín de carretas cargadas de frutas, ese repique ensordecedor de campanas de decenas de iglesias.

Imagínelo oyendo esos pregones de vendedores por aquí y por allá, esos cuchicheos de señoras malintencionadas saliendo de la misa, esas frases morbosas, soeces, de esos hombres que día con día circulaban por la calle de San Francisco. No, no, no… imposible dejar que ella saliese, que ella quisiera además ver otras cosas, otras calles, otras casas, otra gente… otros hombres.

Pobre de don José: lo compadezco. Porque el dolor de panza es una cosa radicalmente opuesta a la locura. Y éste debió haber sido un loco, pues sólo un loco deja evidencia tan notoria de una conducta que raya en lo enfermizo. Y aunque la casa fue casi completamente derribada, me sigo imaginando a don José, vigilante y celoso, desde una de esas ventanas que hoy dan hacia la calle de Madero.

Publicado originalmente en Excélsior (digital), Abril 5 de 2017.



1 visualización0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


Publicar: Blog2_Post
bottom of page