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Foto del escritorLeopoldo Silberman

Los irlandeses que murieron por México

A pesar de que no hay muchos datos al respecto, me atrevo a decir que pocas historias son tan interesantes como la de este hombre: nacido en Irlanda en 1805, John O’Reilly emigró al continente americano, como muchos de sus compatriotas, a en busca de una vida mejor. Y entonces llegó a Texas, que en esos tiempos aún era parte de la República Mexicana y le tocó vivir la sublevación de los texanos y la breve, brevísima, etapa independiente de ese estado. Sabemos que se alistó para servir en el recién formado ejército de la novel nación, sabemos que llegó a teniente. Y sabemos, a grandes rasgos, que no estaba de acuerdo con las políticas de sus superiores cuando Texas fue incorporada a los Estados Unidos.

Fue en esos años cuando se rebeló.

Desertó cuando le ordenaron alistarse para la invasión. Entonces fue que cruzó la frontera acompañado por unos cuantos hombres (que en su mayoría eran irlandeses y católicos) y pidió unirse al ejército mexicano. Al “Batallón de San Patricio” pronto se sumaron más hombres no necesariamente irlandeses, pero sí católicos, que evidentemente se sentían identificados con los mexicanos.

Y pelearon en Matamoros y en Monterrey. Y luego en La Angostura y Cerro Gordo. El valeroso batallón de O’Reilly defendió estas tierras como si fueran suyas, como si estuviesen protegiendo a su propia tierra. Fue precisamente en la batalla de Churubusco donde agotaron hasta la última bala, donde dejarían sus nombres grabados con letras de oro en nuestra memoria.

Ese 20 de agosto, tras la rendición del ejército mexicano, fueron capturados. Y como el general Winfield Scott, jefe de las tropas invasoras, no se andaba con rodeos, todos los sanpatricios recibieron al menos cincuenta azotes y fueron marcados con hierro candente. A O’Reilly le tocaron cien azotes y dos marcas: la letra D quedaría marcada en su piel para que no olvidara que había sido un desertor.

Casi todos fueron condenados a la horca, pero O’Reilly no. A él lo dejaron con vida, probablemente para que viera morir a sus compañeros de armas, a aquellos que lo acompañaron en su aventura mexicana. Se cree que lo salvó, además, el hecho de haberse rebelado antes de que comenzara la guerra. Lo cierto es que sobrevivió (fue uno de los pocos) y luego de un año de trabajos forzados, desapareció. No se supo nada más de él.

Debió haberse quedado por estos lares viviendo en el anonimato y, aunque no hay datos certeros sobre su muerte, se le relaciona con un acta de defunción encontrada en Veracruz, una de un tal “Juan Reley”, que falleció hacia el año de 1850. Si es él o no, lo ignoro, pero sería agradable saber que se quedó en mi país, ese que defendió ferozmente como si fuese el suyo.

Descanse en paz, John O’Reilly…



Publicado originalmente en Excélsior (digital), Agosto 23 de 2017

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