Tras el triunfo del ejército estadounidense en la batalla de Molino del Rey, Santa Anna, general en jefe de las fuerzas mexicanas, mordió el anzuelo lanzado por Winfield Scott; movilizó a gran parte de sus tropas a las garita de la Candelaria y San Antonio Abad, esperando en vano —una vez más— el ataque enemigo, con lo cual dejó desguarnecido Chapultepec.
El general Nicolás Bravo, antiguo insurgente y ex presidente de la República, fue el encargado de dirigir las operaciones en las instalaciones del Colegio Militar, siendo su segundo al mando el general Mariano Monterde, director del recinto.
La estrategia de Scott consistió, en efecto, en hacer creer que atacaría las garitas mencionadas en vez del cerro, por lo que el general en jefe mexicano se encontraba muy lejos del lugar de la batalla, misma que dio inicio el día 12 con un intenso bombardeo.
Poco a poco los muros de la edificación castrense comenzaron a sufrir graves daños pues el cañoneo no cesó de caer sobre ellos; a su vez, los ánimos decayeron entre muchos de los combatientes que optaron por huir del sitio para no presenciar la inminente desgracia. El director Monterde ordenó a los alumnos del Colegio retirarse a sus hogares; no obstante, gran parte de ellos decidieron quedarse a combatir a los invasores.
El bosque, las calzadas de la Verónica y Anzures, la hacienda de la Condesa y el Molino del Rey son solo algunos de los puntos en que se registraron combates durante ese día y el siguiente, 13 de septiembre.
Chapultepec fue atacado por el sur y el occidente y las tropas de Scott buscaron por todos los medios el ascenso. El general Bravo pidió más de una vez refuerzos pero Santa Anna solo mandó al batallón activo de San Blas, al mando del teniente coronel Santiago Xicoténcatl, que tras batirse heroicamente cayó ante las fuerzas del enemigo en la rampa del cerro.
Según los partes de guerra de ambos ejércitos, 7,180 norteamericanos lucharon contra apenas 832 elementos mexicanos, sin tomar en cuenta a dos brigadas más que peleaban lejos del punto, ni a los alumnos del Colegio.
En ese año de 1847, el Colegio Militar contaba con dos compañías de alumnos, cada una de ellas con sesenta integrantes. Si bien sabemos que muchos deseaban participar del combate (no olvidemos que estaban siendo educados para eso), fue la voluntad de sus padres la que les impidió hacerlo. De ahí que, para la batalla de Chapultepec, hubiera cerca de 65 alumnos en combate.
Cuando la situación estaba casi perdida en el cerro, Bravo ordenó que varios alumnos ayudaran al Batallón Activo de San Blas (mandado por Santa Anna para reforzar la rampa) dado que prácticamente todos sus integrantes, incluido su comandante, Santiago Xicoténcatl, caían como moscas ante el embate del enemigo.
Y pronto no hubo más remedio que capitular.
Al término de la batalla, además de los cientos de muertos de las tropas mexicanas, habían caído seis alumnos (De la Barrera, Melgar, Montes de Oca, Escutia, Suárez y Márquez) y tres más se encontraban heridos.El resto fue recluido en los calabozos del mismo Colegio.
El ejército mexicano, totalmente mermado, no presentaría más batalla.
Santa Anna renunció esa noche a la presidencia y dejó la ciudad, para que otros más aptos se encargaran de la negociación.Una vez concluida la guerra y firmados los Tratados de Guadalupe Hidalgo, el Colegio Militar se instaló temporalmente en el barrio de San Lucas, cerca de donde actualmente se encuentra el hospital Juárez.
Fue hasta 1849 que regreso a Chapultepec luego de reacondicionar el edificio dañado por la batalla.
Hace apenas dieciséis años, durante la última restauración del Museo Nacional De Historia, se encontró una caja de cantera con la inscripción “1849” en cuyo interior se hallaban documentos y monedas de ese año, conmemorando la reapertura del Colegio, así como otros objetos: un Calendario del Más Antiguo Galván, un ejemplar del periódico El Siglo Diez y Nueve y una lista de los alumnos.
Hoy sabemos que Juan Escutia sí era parte del alumnado; que, en efecto, Juan de la Barrera tenía un cargo de teniente y varios de ellos de subteniente (los alumnos iban subiendo de grado conforme pasaban los años).
También sabemos que no hubo un cadete muerto envuelto en la bandera al pie del cerro pero sí un miembro del Batallón Activo de San Blas, el que la portaba.
Hoy nos consta que sí eran niños porque el término adolescente es algo propio del siglo XX y sí eran héroes porque dieron su vida por la patria.
Y hoy podemos asegurar, principalmente, que si deseamos encontrarle tres pies al gato lograríamos encontrárselos, tratando de hacer que la Historia se acomode a nuestros principios, a nuestros ideales, a nuestros partidismos.
Pero muchos de aquellos que vivieron en tiempos de la guerra y, sobre todo, aquellos que la pelearon, habrían de vivir para contar lo que les pasó, lo que vieron, lo que sintieron.
Podemos jurar que nos han mentido, que todo es una enorme confabulación, que no hay nada cierto, nada heroico, nada que celebrar… pero, sin darnos cuenta, estaremos cayendo en otra enorme (y más peligrosa) mentira.
Un minuto de silencio por aquellos que cayeron defendiendo nuestra patria en 1847: Juan de la Barrera, Juan Escutia, Agustín Melgar, Francisco Sánchez, Vicente Suárez, Fernando Montes de Oca, Santiago Xicoténcatl, Lucas Balderas, Francisco Peñuñuri, Antonio León, Gregorio Gelati y los más de 16,000 muertos que nos dejó esa guerra.
Descansen en paz.
Publicado originalmente en Área de No Leer, revista digital, septiembre 13 de 2016.
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